Hace un par de meses estuve en Normandía, en uno de esos viajes para frikis de la Segunda Guerra Mundial. Ya sabéis: el desembarco, tanques, aviocitos, fortalezas y demás. Aburrido para el profano si no fuera porque hay muchas más cosas por ver.
El caso es que un tiempo después, cuando los recuerdos se asientan y lo que vieron los ojos dejan paso a lo que vio el corazón (siempre es así: las conclusiones sentimentales no surgen inmediatamente, sino con algo de tiempo por medio...), hay algo que me vuelve a la cabeza de vez en cuando.
En uno de los museos, entre armamento, uniformes y vehículos varios, dentro de una
vitrina de un rincón, había una carta manuscrita. Amarilla, y en inglés.
Era de un soldado americano que se despedía de sus padres el día de antes de saltar en paracaídas detrás de las líneas alemanas el día D.
Decía poco más o menos, que sabía lo que estaba haciendo, o lo que iba a hacer. Que asumía el riesgo enorme para su vida, porque la causa que defendía merecía la pena.
Sin fanatismos. No pretendía inmolarse en defensa de la Democracia, ni de ninguna otra gran palabra. Iba a luchar, y a tratar de que no le mataran, en una guerra que había que ganar, porque era justa.
Que esperaba volver a ver a sus padres, y que se preocuparan por él lo justo. Que comprendía que tuvieran miedo, pero que él tenía aún más.
Decía también que, aunque creía en Dios, no le encomendaba su vida, porque seguro que tendría otras cosas más importantes de que ocuparse. Que no confiaba en Él, sino en sus compañeros.
Ese grado de sensatez, de humildad, de firmeza en unas convicciones sin refugiarse en la religión ni en más excusas, para hacer lo que era su deber porque para ello había escogido ser voluntario, me conmueven ahora. El Valor a pesar del miedo, y sin un dios prometiéndole el paraíso.
No tomé ni una foto. En ese momento eran más llamativos los jeeps o las MG42 que había al lado. Y más fotogénicos.
Ahora, me arrepiento, y pienso que el viaje mereció la pena aunque fuese exclusivamente por leer esa carta.
No recuerdo el nombre. Sé que si la carta estaba allí es porque no llegó a su destino. Y que junto a ella había una placa en francés que decía que el soldado murió a los dos o tres días de escribirla.

Tengo que volver. Se lo debo.
Y cuando sepa su nombre, le mandaré un saludo con admiración y con respeto.
Por haber dado su vida con humanidad y conocimiento por una causa, que es la nuestra todavía hoy.